Una profesora escribió recientemente en X1 un parrafo de apoyo al grupo juvenil peruano autodenominado “Generacion Z”: “Yo sabía que podía confiar en lxs jóvenes: lo dije y nadie me hacía mucho caso. Soy profe hace 35 años y sé que debíamos tener fe en las nuevas generaciones. Quizás no comprendemos sus estrategias porque no tenemos su información pero… me representan en cada una de sus palabras.”

La frase parece entrañable, pero leída a través de los pensamientos de Spinoza, Schmitt y Negri, revela más un gesto de proyección que una descripción política.

Spinoza primero. Lo que aquí se expresa no es un análisis, sino esperanza, definida como “una alegría inconstante nacida de la idea de una cosa futura cuyo resultado dudamos” (Ética III, Def. XII). La profesora deposita su propio conatus —el deseo de continuidad, de que su vida docente haya valido la pena— en los cuerpos de sus alumnos. Lo que llama “representación” no es más que la proyección de su propia alegría al imaginar que la juventud realizará lo que un pequeño grupo de su generación no pudo.

Schmitt después. Al afirmar “me representan”, la profesora se coloca en el bando de los jóvenes contra sus ideas de Estado, la policía, la corrupción, y los políticos. No se trata de representación institucional, sino apoyar un bando en el conflicto político. Es el trazado de la línea amigo–enemigo en clave generacional.

Negri entonces. Para Negri, la multitud es la composición viva de singularidades, trabajo, saberes y afectos. Confundir un fragmento menor —unas protestas pequeñas amplificadas por los medios— con la multitud es un error. El profesor cae en un gesto casi teológico, al mencionar la fe en el porvenir, en “las nuevas generaciones”, incluso si las pruebas son banderas de anime y una consignas difusas, similares a los que comparten algunos adultos, del grupo de la profesora.

La interpretación cínica. No es fe en la juventud, sino nostalgia disfrazada de fe. Tras 35 años de docencia, la profesora necesita creer que sus alumnos redimirán los fracasos de algunos miembros de su propia generación. Lo que canoniza como “estrategia” es en realidad una proyección afectiva, un espejo donde se ve a sí misma.

En resumen, la profesora ve en la juventud no un programa, sino una salvación. Spinoza lo llamaría esperanza, Schmitt lo llamaría alineamiento, Negri lo llamaría mal reconocimiento. Preferimos llamarla proyección, que quizá es la pedagogía más antigua de todas.

¿Y que es de la mencionada “representacion”? la profesora dice que los jóvenes de la Z “la representan en cada una de sus palabras”. Siguiendo con el mismo tono cínico-filosófico, podriamos decir que en este caso la representación es ventriloquia. Cuando los adultos hablan a través de los jóvenes, ambos se engañan. El adulto confunde la proyección con la renovación; el joven confunde la imitación con la rebeldía. El movimiento se vuelve un teatro de voces prestadas, donde la maestra interpreta la fe, y los alumnos interpretan la revuelta. Cada uno convence al otro de que algo nuevo está naciendo, mientras ambos repiten el guion viejo de la esperanza disfrazada de ruido, y la pedagogía disfrazada de fe.