El Estado peruano y Spinoza: más allá de la ilusión racional
En el debate público peruano se repite un diagnóstico que presenta grietas al compararlo con la realidad, aquel que sostiene que el Estado es débil, fallido, capturado. Analistas y ex altos funcionarios lo repiten aquello como un mantra, siempre comparándolo con un modelo ideal de institucionalidad racional, estable y técnica. Bajo esa mirada, la informalidad, el clientelismo y la improvisación no son más que síntomas de una patología.
Pero como advirtió Baruch Spinoza en el Tratado Político, el Estado no se funda en la razón sino en la condición común de los seres humanos, que se muestran en sus pasiones, miedos y esperanzas. En este análisis, lo decisivo no es por qué actúan los gobernantes, sino que el Estado sea administrado de manera que garantice continuidad y un mínimo de paz.
Aplicado al Perú, esto significa que la informalidad, los pactos precarios y la plasticidad institucional no son fallas, sino el modo emergente en que el Estado realmente existe y se reproduce. La presidenta Boluarte y muchos congresistas aliados lo entienden en la práctica: saben hacer política. Tejen alianzas, manipulan los tiempos legales, negocian favores. No importan tanto sus motivaciones —ambición, miedo o cálculo— sino que ejercen el arte de gobernar en un terreno marcado por la contingencia.
Lo que los analistas interpretan como cinismo o corrupción es, en clave spinozista, la expresión de un conatus colectivo, es decir el esfuerzo de un Estado por perseverar en su existencia. El Perú no se sostiene por instituciones sólidas, sino por una red de afectos:
- Paradójicamente un miedo al desorden, que lleva a aceptar liderazgos frágiles antes que el vacío.
- Esperanza de oportunidad, que mantiene viva la expectativa de movilidad social.
- Lealtades y reciprocidades, que conectan al Estado (sus recursos) y la sociedad en la práctica cotidiana del cargo burocrático o político, en todas los niveles de gobierno.
El error de las élites es seguir mirando al Estado desde un ideal normativo. El desafío es más bien reconocer su base afectiva y preguntarse cómo transformarla para orientar la política hacia una mayor autonomía dentro del esquema desigual.
El Estado peruano funciona, pero no como sus críticos quisieran (“en efecto conciben a los hombres no como son sino como ellos quisieran que fueran”, Spinoza). Funciona según su propia lógica, la de un campo de pasiones que, con todas sus limitaciones, garantiza la continuidad de la vida colectiva.