El efecto Boluarte sobre las elecciones bolivianas
La reciente estrategia discursiva de Dina Boluarte —que calificó a Bolivia como un “Estado fallido” junto a Cuba y Venezuela— ha generado reacciones diplomáticas previsibles, pero también efectos políticos más profundos y menos visibles. En el escenario electoral boliviano, donde las tensiones entre el MAS (Movimiento al Socialismo) y la oposición se agudizan, el discurso de Boluarte ha servido como catalizador simbólico para las fuerzas de derecha y centroderecha, que buscan proyectar orden, distanciamiento del chavismo y credibilidad internacional.
Aunque el gobierno peruano no interviene formalmente en los procesos internos bolivianos, su narrativa puede haber sido aprovechada por los sectores opositores al MAS como una validación externa de sus denuncias sobre autoritarismo, narcotráfico, y colapso institucional bajo el liderazgo de Evo Morales y sus aliados. En regiones como Santa Cruz, Potosí, Tarija y Chuquisaca, donde las elites empresariales y sectores medios urbanos desconfían del “eje bolivariano”, el efecto Boluarte refuerza la imagen de que Bolivia necesita un giro geopolítico y discursivo hacia un modelo de estabilidad económica, liberalización y pragmatismo internacional.
De este modo, el discurso peruano opera como un insumo para la producción simbólica del “orden” —una narrativa que los candidatos opositores bolivianos pueden capitalizar para posicionarse como “la única vía de reconciliación y apertura” ante una ciudadanía cansada del conflicto político permanente y la crisis económica. La consecuencia práctica es que los candidatos de derecha han consolidando una presencia suficiente para disputar el pase al la segunda vuelta, en un país donde la división interna del MAS entre “evistas” y “arcistas” les facilita el avance.
Este fenómeno configura un juego geopolítico discursivo regional, en el que el Perú de Boluarte, ejerce influencia ideológica en el campo electoral boliviano. No como potencia moral, sino como modelo de contención del desorden y alineamiento con el mercado global, frente a un modelo boliviano que muchos ven en desgaste. Así, el Perú deja de ser solo vecino para convertirse en referente político indirecto, capaz de influir —sin intervención— en los equilibrios internos de los países sudamericanos.