En el ajedrez geopolítico sudamericano, los movimientos más decisivos no siempre se anuncian con declaraciones ruidosas ni gestos alharacosos. Las señales que el estado Peruano trabaja en silencio, operan con una prudente y contundente eficacia. China y Brasil, anunciaron conjuntamente, en la cumbre de los BRICS este mes, su decisión de construir un ferrocarril bioceánico que cruce Sudamérica hasta el puerto de Chancay sin consultar al Perú. Este gesto fue, para muchos en Torre Tagle, una afrenta diplomática y una muestra de arrogancia geoeconómica. Pero la respuesta no fue el escándalo, fue la reconfiguración paciente de alianzas estratégicas, que vienen siendo trabajadas desde siempre.

La reciente imposición de aranceles estadounidenses contra exportaciones clave de Brasil debilita directamente la capacidad de proyección económica de este gigantesto espacio sudamericano. La medida, en apariencia unilateral y comercial, coincide temporalmente con una revalorización del papel de Perú como nodo logístico confiable y políticamente alineado con Washington. Es en este momento cuando el megaproyecto del puerto de Chancay —con capital chino pero con gestión logística cada vez más articulada a la reconfiguración trans-nacional del comercio liderado por EE. UU.— cobra un nuevo sentido.

La jugada ha sido silenciosa pero puede leerse con claridad, el Perú permite que se consolide la infraestructura, pero reorienta políticamente su funcionalidad. Mientras Brasil queda atrapado entre sus vínculos con China y sus tensiones comerciales con EE. UU., Lima se perfila como un socio estratégico de bajo perfil pero alta eficiencia, para el capital logístico e inversionistas fuera de China que buscan seguridad operativa. Cabe señalar que en el puerto del Callao, ya operan DPWorld y APM.

El no-consultado tren bioceánico ha servido, paradójicamente, para observar momentaneamiente la discreta operación de la diplomacia peruana. Desde la Cancillería se ha observado el gesto como una oportunidad. La estrategia adoptada es no participar del diseño, pero controlar el destino final. Hoy Chancay es parte del plan de China, pero su conectividad política responde a otras lógicas de comercio y geopolítica donde EE.UU. tiene mayor influencia. Los aranceles a Brasil, lejos de afectar a Perú, lo fortalecen como alternativa logística, comercial y diplomática.

En silencio, el Perú realiza una estrategia de consolidación de su posición en Sudamérica que no se basa en confrontaciones histriónicas, sino en desplazar los centros de gravedad regionales hacia su propio territorio. En un continente fragmentado y funcional a la politica exterior americana, esa estrategia representa una forma de poder singular realizada no por volumen ni por ideología, sino por posición, prudencia y oportunidad.

El Perú no impone explicitamente sus intereses, pero se vuelve inevitable. Ese es su juego, y lo está ganando por el momento.