Ciudadanía simbólica, mitos nacionales y exclusión constitucional en Uruguay

La reciente controversia sobre los pasaportes uruguayos —rechazados por Alemania y Francia por no incluir el lugar de nacimiento— ha sido interpretada como una falla técnica o diplomática. Pero, en realidad, es el síntoma visible de una tensión estructural en el imaginario constitucional del país: la separación entre nacionalidad y ciudadanía. Una división que, más que jurídica, es simbólica, racializada y profundamente política.

Una reforma que quiso corregir una exclusión histórica

La modificación del pasaporte en abril de 2025 tuvo como objetivo corregir el problema crónico de los ciudadanos legalmente naturalizados que aparecían con la nacionalidad de su país de origen, no la uruguaya. Esto creaba dificultades reales, al no podían viajar libremente, pues no eran reconocidos como uruguayos en el extranjero, y eran tratados como extranjeros incluso por su propio Estado.

La reforma eliminó el campo de lugar de nacimiento y unificó el campo de “Nacionalidad/Ciudadanía” como “URY” para todos los titulares del pasaporte. Esta medida, en apariencia técnica, fue en realidad una operación simbólica que buscaba reparar la exclusión estructural de los no nacidos en suelo uruguayo o sin ascendencia “oriental”, pero sin tocar el núcleo normativo que la produce, que es la Constitución.

Freud y la “revisión secundaria” del mito nacional

Sigmund Freud, en La interpretación de los sueños (1900), describía la “revisión secundaria” como el mecanismo mediante el cual el inconsciente reorganiza los fragmentos contradictorios de un sueño para crear un relato coherente. Algo similar ocurre con el discurso nacional uruguayo, el cual reprime sus contradicciones y produce un relato limpio, institucionalista y excepcionalista.

La frase “nuestros abuelos bajaron del barco” cumple esa función, al reescribir la historia nacional como una experiencia blanca, europea, civilizada. Así, los ciudadanos naturalizados, afrodescendientes, migrantes recientes o habitantes de los márgenes rurales quedan fuera del sueño uruguayo, aunque estén plenamente insertos en la realidad del país.

Balibar y la “etnicidad ficticia” de la nación

Étienne Balibar1 acuñó el concepto de “etnicidad ficticia” para describir cómo las naciones modernas, aunque fundadas jurídicamente en la ciudadanía, inventan una narrativa de origen común, como si fuesen una gran familia o una etnia preexistente. En Uruguay, esta ficción se manifiesta en la separación constitucional entre “ciudadanos naturales” (por sangre o suelo) y “ciudadanos legales” (por mérito y arraigo).

Al modificar el pasaporte sin cambiar esta estructura, el Estado intentó universalizar una ficción sin desmontar el mito que la sostiene. Por eso, la medida resultó inaceptable para otros Estados soberanos. Alemania y Francia no aceptan documentos que omiten el lugar de nacimiento, pues éste aún es considerado un marcador de nacionalidad objetiva, más allá de las buenas intenciones.

Schmitt: definir al pueblo es decidir sobre el enemigo

Carl Schmitt sostuvo que “el soberano es quien decide sobre la excepción”, y que toda comunidad política se constituye sobre la base de una distinción entre amigo y enemigo. Siguiendo este razonamiento, n el caso uruguayo, la Constitución produce una frontera interna: el “pueblo verdadero” son los ciudadanos naturales; los demás son admitidos, pero nunca plenamente incluidos. Pueden votar, portar pasaporte, pero no son reconocidos como nacionales en el sentido fuerte del término.

Este mecanismo cumple la función de preservar una unidad simbólica del “nosotros” mediante la exclusión constitutiva de los otros, incluso si esos otros viven, contribuyen y aman al país.

Salir del mito, asumir la pluralidad

El conflicto con Alemania y Francia no es solo técnico; es una oportunidad mas para que Uruguay cuestione y revise su mito fundacional. Reformar la Constitución para eliminar la distinción entre ciudadanos “naturales” y “legales” no solo corregiría un anacronismo. Al mismo tiempo sería un acto de madurez republicana, que reconoce que la nación no es una herencia biológica ni una nostalgia étnica, sino una construcción cívica compartida.

Como dijo Balibar, “toda comunidad política democrática es, necesariamente, una comunidad en devenir”. Para Uruguay, ese devenir pasaría hoy por reconocer que el país no pertenece solo a los descendientes de quienes llegaron en los barcos.

Este episodio puede parecer vergonzoso a nivel diplomático. Pero al abordarlo como una oportunidad, Uruguay puede abandonar finalmente su dualismo constitucional, dejar atrás los mitos de pureza nacional, y construir una ciudadanía realmente inclusiva, donde el país pertenezca a todos los que lo eligen, lo habitan y lo sostienen.

Referencia

  1. Gaignard, O. (2018). Étienne Balibar et la question du racisme dans Race, nation, classe. Savoirs et clinique, 24(1), 131-140. https://doi.org/10.3917/sc.024.0131